El perfume de tu beso
pinta alas en mi espalda
para arrancar todo el cielo
a martillazos de luz
que desprendan los luceros.
Tu beso quiere que arranque
las estrellas de un flagelo,
y que los trozos de nube
se me queden en los dedos,
que caigan los meteoritos
sobre mi noche de pelo,
y que el sol venga a quemarme
sin heridas todo el cuerpo.
Tu beso, ladrón de almas,
altruista y usurero,
me puso alas de nácar
que saben domar el viento
para que puedan tus labios
saborear el universo.
Y yo, que nunca en la vida
tuve alas por un beso,
ni conocía el aroma
provocador del aliento,
yo, que era una botella
sin un mensaje de afecto
que por no ir tras el mar
quedó sola en el desierto,
yo, deudora de sofismas
y acreedora de tormentos:
claro que con estas alas
iré hasta un campo de argento
y con mis manos de niña,
rompedoras del silencio,
dueñas de los relámpagos
y amas de los aguaceros,
arañaré los celajes
que se asemejan a espejos,
y con astros y cometas
le haré pulsos al deseo.
Mas, cuando el techo esté roto
sin tablas de terciopelo,
lo dormiré en el bolsillo
de mi pantalón obrero.
Y después de tu delirio,
mis refulgentes esfuerzos,
mis nocturnas pretensiones,
mis eclipsados desvelos,
mis amaneceres blancos,
mis atormentados vuelos,
mis saltos a los satélites,
mi sed de tus labios gruesos:
cuando mires hacia arriba
solo verás el reflejo
de tu sonrisa perfecta
que es mi pedazo de cielo.
Porque así, en la blancura
de tus sábanas de incienso,
sobre tus almohadas suaves
y tus cabellos de ébano
yacerá el cuerpo brillante
y azul de un tejado eterno,
y entonces, por un segundo:
Será tuyo el firmamento.
Porque así de poderoso
Y divino es el deseo,
que al universo más grande
puede volverlo pequeño.